Retrato de un final inconcluso

El gusto ácido del final tiene una sensación de deliciosa incomodidad que trae consigo los episodios más dolorosos y significa la evolución de los pensamientos más profundos: el trago amargo de la decepción, el episodio de intranquilidad que deja la caída al pozo sin fondo de la desolación y la inevitable angustia al sentir que la vida no tiene solución más que su fin.
Cuando el alma encuentra en su reflejo la opacidad de la tristeza, el cuerpo se deshace de ese pequeño remanente de esperanza y comienza a marchitarse, como la flor que no ve en su futuro otro rayo de sol. Ese mismo espíritu se ve envuelto en una maraña de destrucción, es incapaz de ver esa luz al final del túnel. Curiosa palabra: "final". El túnel jamás termina, la luz es solo un espejismo de supervivencia que lucha encarnizadamente por no desaparecer, mientras el alma patalea sin descanso antes de darse cuenta de que solo se hunde más, el yo interno no abre los ojos, no tiene conciencia de su entorno, se encuentra tan ensimismado que no alcanza el propio abrazo, ese calor que solo se puede dar él mismo, sin embargo, al emerger de la profundidad, los rayos tenues de inmensidad que el mundo le ofrece le abruman y no encuentra otra salida más que hundirse de nuevo, de protegerse bajo el mar de lágrimas en el que se encuentra sumergido porque al menos ahí puede centrarse en el objetivo para el cual fue puesto en este camino: ser miserable.

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